Querido amigo, Lucas siempre tuvo aquellas visiones. No recordaba un tiempo anterior en el que no las tuviera. Supongo que nació así, como el que nace con los ojos azules o un sexto dedo en el pie izquierdo.
Cuando era niño, se trataba de pequeños fogonazos, apenas unos segundos en los que se sentía en otro lugar, otra realidad diferente. De pronto, se encontraba en el claro de un bosque. Las hojas de los árboles eran de color rosa chicle y el tronco, de azul turquesa. E igual que había llegado allí, volvía a estar sentado a la mesa de la cocina, frente a un tazón de leche con cereales, a punto de ir a la escuela.
Porque las visiones no eran tal. No era como mirar a través de un agujero en la pared o la pantalla de la televisión. Era estar dentro de un mundo paralelo en el que Lucas era un actor más, como los árboles o los pájaros.
Con el paso del tiempo, las visiones se hicieron más largas. Todos en el pueblo lo recuerdan con doce o catorce años, sentado en un banco del parque o en la acera, mirando al infinito con la boca entreabierta y babeando durante varios minutos.
De niño, las visiones se producían una o dos veces por semana, en la pubertad, eran diarias y el adolescencia, varias veces al día. Le pillaban en cualquier lugar; en la ducha, mientras comía o en clase de matemáticas.
Me consta que sus padres consultaron a todos los especialistas que pudieron. Los médicos habían descartado todas las enfermedades y síndromes extraños y le recetaron vitaminas. Después, acudieron a astrólogos, mediums, magos, brujas y gente de dudoso proceder, con el mismo resultado, Lo único que tomaba era vitamina B12 y baños de luna.
La frecuencia de las visiones empezó a volverle loco. Supongo que se le hacía insoportable. Le echaron del equipo de baloncesto tras quedarse en trance en medio de un partido. Suspendió varias asignaturas en el instituto por entregar los exámenes en blanco y al final, dejó de venir. Para colmo, su familia también lo marginó. Ya no le llevaban al cine a al centro comercial, incluso se perdió el décimo cumpleaños de su hermana menor.
Además, las visiones empezaron a cambiar. Ya no eran solo paisajes y lugares extraños coloreados por un daltónico al azar. Entonces, aparecieron personas que le hablaban. Al principio no las entendía. Usaban un lenguaje desconocido y poco a poco, lo fue aprendiendo hasta hablarlo como un nativo.
Una vez, estuvimos una tarde entera hablando de sus visiones. Me contó que en realidad, él visitaba otro planeta paralelo al nuestro a tres millones de años luz de distancia. En aquel mundo, el espíritu era más importante que la materia y todos sus habitantes era capaces de atravesar el tiempo y el espacio con facilidad. Lucas estaba convencido de que pertenecía a aquel otro planeta y que, por algún extraño accidente, había terminado en el lugar equivocado.
Después de eso, no hablamos nunca más. Empezó a darme un poco de miedo.
No sé cómo pudo suceder, pero el veintitrés de abril de ese mismo año, dos días después de cumplir los dieciocho años, despareció de la faz de la Tierra. Supongo que consiguió lo que quería y que, por fin llegó a ese otro planeta a quedarse para siempre. Igual que si fuera un personaje de una novela que hubiera vuelto al papel de donde salió.
By Marías Arenas