Sangre

Me la he encontrado cuando he llegado a casa después del trabajo. He entrado como siempre. He tirado las llaves sobre el mueble de la entrada y me he quitado los zapatos mientras el perro me saltaba emocionado alrededor. La casa estaba vacía. Mi marido aún no había llegado de trabajar y mi hija había salido con los amigos. He colgado el bolso en una silla y me he sentado en el sofá. Encendí la tele, cambié de canal impulsivamente sin encontrar nada interesante y la apagué. Me apetecía un café. Me pregunté si tanto café no sería malo. Seguro que sí, me contesté. Admití mi adicción y decidí tomármelo. 

     Fui a la cocina y la vi: todo estaba lleno de sangre. Los goterones oscuros chorreaban por los azulejos y los muebles. Las salpicaduras cruzaban la cocina de un lado a otro. Parecía el escenario de un crimen atroz. No me atreví a entrar. 

     En lo primero en que piensas cuando ves algo así es en tu familia. Mi marido estaba bien; acababa de hablar con él. Corrí hasta el bolso y pesqué el teléfono móvil para localizar a mi hija. «Sí, mamá.» Después de cinco tonos, escuche con alivio su voz. «¿Estás bien, nena?” “Sí, claro”, contestó. A continuación, examiné al perro por si tenía alguna herida que hubiera pasado desapercibida tras el saludo inicial. Estaba bien. Se quedó tranquilo tumbado en el sofá. No le importaba que la cocina pareciese el escenario de La Matanza de Texas. 

     ¿Qué podría haber pasado? Las manchas eran casi negras, al menos hacía cinco o seis horas que se había producido lo que fuera que ocurriese. Por la longitud de las salpicaduras y la abundante cantidad, parecía un apuñalamiento con corte de una gran arteria; tal vez la carótida. Degollamiento con un rápido y fuerte movimiento de izquierda a derecha, pero ¿cómo? Los chorretones más grandes estaban a la altura de la cintura. Demasiado alto, si la víctima estaba de rodillas y demasiado bajo, si estaba de pie. No había ningún charco en el suelo. La víctima debió de huir. Pero había demasiada sangre como para que hubiera sobrevivido. 

     ¿Y el cadáver? Cuando caí en la cuenta, registré mi casa a conciencia. Miré dentro de los armarios y debajo de las camas, también en la bañera. Y nada. Ni rastro. Salí al descansillo. No había cuerpo ni más sangre. 

     Si nadie de mi familia era la víctima, estaba claro que alguno de ellos era el asesino. Así que, una vez perimetrada la escena, tenía que eliminar las pruebas. Pensé en usar lejía, pero se me había terminado la semana anterior y ya eran las ocho y tres minutos, demasiado tarde para ir a comprar más. Por suerte, encontré al fondo del armario media botella de salfumán. Fue suficiente. Y además, no brilla con el Luminol, si la policía rociase la zona para descubrir restos de sangre. 

     Me calcé los guantes de goma y la limpié minuciosamente. De una pasada, la sangre se diluyó por completo. Rasqué con un cepillo las juntas de los azulejos y los resquicios y terminé mareada por los vapores del agua fuerte, pero contenta con el resultado. Lamenté no tener Luminol para cerciorarme de la efectividad de la limpieza. 

     A continuación, me propuse descubrir si quedaban más cabos sueltos. Tal vez alguno de mis vecinos oyó algo. Les pregunté uno a uno y menos mal que nadie había escuchado nada. Hubiera tenido que terminar el trabajo hasta el final. 

     Estaba agotada, rota y algo enfadada. Alguien iba a tener que darme muchas explicaciones sobre el estado en que había dejado la cocina. 

Por fin, pude sentarme en el sofá. Ya no me apetecía el café. Encendí la tele. Echaban una película de mafiosos. No recuerdo bien si era Uno de los nuestros o El Padrino III, pero me quedé enganchada. 

Al rato, llegó mi marido. Con prisas, sin quitarse los zapatos ni soltar las llaves, entró en la cocina y suspiró: 

—¿Has limpiado el café? Muchas gracias. Se me cayó la cafetera justo cuando tenía que irme y tuve que dejarlo todo como estaba. 

—¿El café? -pregunté, exclamé y reproché, a la vez. —Pues parecía sangre, joder. Parecía que habían matado a alguien ahí dentro. 

—¡Qué exagerada! Tienes que dejar de ver pelis de asesinatos. 

Tal vez tenía razón, pero la próxima vez no me pillará sin Luminol. 

By María Arenas 

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