Hace unos meses, empezaron a echar una película muy rara por la tele. En China salía gente encerrada en casa, policías que no les dejaban salir, hospitales creados de la nada para atender a miles de personas… Una peli parecida a otras, si no fuera porque la ponían a la hora del telediario.
De repente, la película se salió de la tele y éramos nosotros los protagonistas. Los policías no eran chinos y podíamos salir a hacer la compra, pero vamos… Un thriller en toda regla. Protagonistas Keanu Reeves, Scarlett Johansson y yo (más quisiera…).

Quiero echarle humor al asunto, aunque sé que el thriller para muchos ha sido de terror.
Al principio de la peli, lo tenía todo bajo control. Mi mundo se había reducido a apenas sesenta metros cuadrados. Era fácil de controlar: hacer la lista de compra para varios días, todo limpio a base de lejía con agua, quitarse la ropa al entrar en casa y meterla en la lavadora, lavarse las manos seis veces al día, horario estricto… Fue como volver a la infancia. Tal vez el orden de mi minimundo me ayudaba a pensar que también existía el orden «ahí fuera». Era como el detective que llega a la escena del crimen y lo tiene todo clarisimo.
Y un día, dijeron que ya podíamos salir a calle. Y la película se terminó. Encendieron las luces del cine, la gente se levantó de sus butacas y desalojaron la sala. Por supuesto que se quedó hecho un asco, lleno de vasos vacíos de refresco, palomitas tiradas por el suelo y desperdicios de todo tipo.

¡Joder! Yo no quería escribir sobre esto. De verdad que no quería.
En aquel momento, en la tele se escuchaba y se repetía la frase: «el mundo ha cambiado». Y ahora, visto con la perspectiva suficiente puedo gritar que no. Fue un paréntesis, pero andamos otra vez metidos en la misma mierda frenética que antes de la aparición del bicho.
El mundo que había construido se me había roto entre las manos. Igual que el agua, se había colado entre mis dedos y se desparramó por todas partes. Y me tocó volver a la rueda de hámster. Otra vez corre que te corre por el Metro, madrugando, soportando, trabajando, angustiosamente perdida. Todo lo que odiaba seguía en el mismo lugar.
¿Qué coño había cambiado?

By María Arenas