En los últimos meses, estamos viviendo una distopía, algo que nunca jamás podíamos haber pensado que podía suceder. Esto ya lo habréis leído/oído muchas veces. Lo que nadie os ha contado es que la verdadera distopía empieza ahora.
Porque ahora no nos podemos tocar, ni abrazar ni besar. Nos podemos visitar, pero sin contacto, contact less, como las tarjetas de los bancos. «Pues, yo no», me dirás, pero no es verdad. Abrazarás a tu familia y a tus amigos, pero mirarás con recelo al señor que te adelanta por la acera, al resto de viajeros del autobús, a los niños que corren hacia ti en el parque y casi te arroyan.

Cuando nacemos, somos criaturas ciegas. Nuestro sentido menos desarrollado es la vista, apenas podemos distinguir los rostros que se nos acercan a menos de quince o veinte centímetros. Empezamos a conocer el mundo a través de nuestra boca y nuestra piel. Chupamos todo lo que queda a nuestro alcance. Al poco tiempo de nacer, agarramos todo lo que podemos y nos lo acercamos a la cara y nos lo metemos en la boca. Queremos saber a qué sabe el mundo: la sábana, los juguetes, la tierra del parque…
El motivo de que el tacto sea el primer sentido que desarrollamos es porque es el que más alto impacto emocional nos produce.

¿Y ahora qué? ¿Nos cortamos las manos? ¿Nos arrancamos la piel?
Corremos el riesgo de convertirnos en seres fríos, sin emociones, porque nos quedamos sin el sentido que más nos emociona y además (lo peor), por proteger a nuestros hijos, podemos estar creando una generación cerebral, dura e insensible.
Cercenar esta importante fuente de emociones tiene como consecuencia la creciente insensibilidad y la falta de empatía. Nuestro cerebro dejará de utilizar importantes conexiones neuronales, que se pueden atrofiar para siempre.

No soy psicóloga, soy escritora. No hay que ser tampoco muy listo para llegar a esta conclusión, sino un buen observador.
Siempre he tratado conscientemente de transmitir mensajes a través del apretón de manos, del beso, del abrazo. Hacerlo de una manera o de otra envía mensajes muy claros para el subconsciente de la otra persona. Incluso sin consciencia, las personas no abrazamos igual a una madre que a un amigo o a un amante. ¿Y ahora qué? ¿Trataremos igual a nuestra madre, que al tendero de la esquina?
¿Vamos hacia un mundo frío?
Uffff, espero que no, aunque pinta feo. No me está gustando el cariz que toma la distopía.
A la persona fría el ego le crece por dentro como una mala hierba, porque su mundo se ha reducido a sí mismos. De pronto, el enemigo son los otros porque no están en su minimundo, los que le pueden contagiar una enfermedad supercontagiosa y mortífera (menos mortífera que otras).
La desconfianza crece sobre todo el mundo. Tu vecino (ese raro que viste de rosa) es el enemigo. La viejecita sentada en el banco del parque es un arma de destrucción masiva. El inmigrante, ni te cuento. La obsesión crece sin limite.

La desconfianza, la insensibilidad, la obsesión produce a su vez radizalización, fundamentalismo, intransigencia, violencia…
No me gusta el mundo frío. Que paren esto, que me bajo.
By María Arenas
Hola, María
Muy acertado lo del tacto. Sí, nos vamos a saltar la distancia con los amigos y familiares mientras miramos mal a los otros haciendo lo mismo con los suyos (qué buena esa apreciación) pero tal vez eso ayude a combatir ese frío (aunque no ayude en otros sentidos).
Un abrazo 🙂
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Cuanto más conscientes seamos de estas cosas, menos frío. Me he propuesto promocionar la empatía.
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Hola Maria:
Muy bonito, estamos viviendo los temores entre personas, la desconfianza a las enfermedades y tú le diste un toque a la imaginación. Felicidades me gustó
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Muchas gracias. Aún hay muchas cosas que tenemos que digerir y madurar de lo que está pasando y será trabajo de los escritores ponerlo blanco sobre negro.
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