A medida que avanzo en la corrección de Operación Caronte, me doy cuenta de que le he puesto mucho chocolate.

Ponerle mucho chocolate a una historia significa que empalaga, que la chispa de la narración se pierde porque más que chispa es un incendio forestal. Un trozo de chocolate está bien, pero medio kilo cansa.

Me he planteado quitar personajes o sustituirlos por otros con menos chocolate, suavizar algunas escenas, rebajar la intensidad de algunos diálogos. Y luego pienso: ¡qué coño! Es la primera novela y no me va a leer ni el tato, así que creo que me puedo permitir un poco azúcar de más.

Pero, como pasa con el chocolate, después de un atracón, me siento culpable. Nooooo. Hay que hacerlo bien. Vuelve a empezar, me digo. Haz lo que tienes que hacer, pienso.

Pero… a mí me gusta el chocolate. Bueno, me gusta mi chocolate. Siento como si estuviera escribiendo una fanfic. Soy fan de mis propios personajes y de sus escenas y situaciones y me gusta ponerlos al límite y cara a cara con sus miedos y sus tonterías.

No sé qué hacer.

Soy consciente de que Operación Caronte es una penny novel para leer en el tren de vuelta a casa. No es nada trascendente ni es El Quijote. Sólo será literatura de consumo rápido y olvido rápido. Tal vez, por eso puedo permitirme un poco de chocolate de más.

Parece que los grandes errores sólo los pueden cometer los grandes escritores, que todo se les perdona y puede que yo no me los pueda permitir.

Pero, permíteme que insista: me gusta el chocolate.

Decidido.

Va a llevar doble de todo.

By María Arenas

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