Alguna vez escuché que D. Antonio Cánovas del Castillo, ilustre malagueño presidente del Consejo de Ministros durante el siglo XIX, vivió toda su vida con tan sólo seis horas de sueño diarias.
¡Dormía seis horas diarias y dirigía un país entero!
Yo llevo dos meses haciendo los mismo y no me aguanto en pie.
Tras mucho meditarlo, he llegado a la conclusión de que D. Antonio llegó a dominar el insomnio tras años de práctica tortuosa o que el café del siglo XIX tenía otras virtudes diferentes al del café del siglo XXI. No hay otra explicación.
Tengo el cerebro a punto de estallar. Lo siento bullir con un hormigueo nervioso y constante y, al mismo tiempo, oigo las neuronas estallas, como pequeños fusibles que se funden con una explosión apagada y muda. No ayuda tener que trabajar nueve horas diarias en un trabajo de esfuerzo intelectual y luego sumar dos o tres en el oficio de la escritura y corrección de Operación Caronte.
En el plano físico, creo que tengo inflamado hasta el cristalino. Sufro dolor en la mano derecha y los talones. Las digestiones son infernales. Y el agotamiento llega a la extenuación extrema.
Comprendo que es parte de mi ayuno por el desierto. ¿Aparecerá ante mis ojos el mismísimo Lucifer para tentarme?
Quedan dos meses más.
By María Arenas

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