5:55 Suena el despertador. Lo apago.
6:00 Suena el despertador. Lo apago.
6:05 Suena el despertador. Lo vuelvo a apagar. Hay días que, con suerte, a la tercera, me levanto.
7:00 Ahí estoy en la parada del autobús, helada de frío, dormida, inconsciente.
8:30 Entro en la oficina. No saludo a nadie. Pa’qué!
Desconecto mi cerebro…
18:00 Salgo de la oficina.
19:15 Llego a casa.
Hago la cena, la comida del día siguiente (si puedo moverme aún).
21:00 Me voy a la cama, pero no para dormir, je je. Enciendo mi cerebro. Todas las conexiones neuronales se activan, se encienden como un árbol de navidad.
Agarro el portátil y escribo: «A nuestra derecha, un arbusto crujió, las ramas susurraron al frotarse, algo lo había movido. Me giré y disparé. Dos golpes secos. Carlos encendió la luz del porche y nos acercamos al seto, que ya no se movía. Apartó las ramas y vimos en el suelo desangrado el gato del vecino. Estaba el animal sobre un charco de sangre con las tripas por fuera.
—Le dio en la madre, señora —dijo Carlos.»
FIN
María Arenas

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